Quince años de relación. Casi media vida. Algo así se dice pronto, pero ella tenía la sensación de que no era posible que ya hubiera pasado tanto tiempo. Mientras escribía unas líneas sonreía al pensar qué haría la otra persona al leerlas. Intentaba plasmar todo su cariño y relatar los momentos buenos y no tan buenos por los que habían pasado, las risas hasta altas horas de la madrugada, las preocupaciones, las noches en vela, los pisotones en una alfombra, el helado como remedio y celebración...
Seguía sonriendo mientras escribía porque, pese a largos periodos de ausencia, cuando se encontraban era como si no se hubieran separado y todo era perfecto. Como debía ser.
La joven se había pagado un billete de ida y vuelta a su ciudad natal. Únicamente para estar con esa persona escasas horas en un día especial, segura de que no la esperaba y dispuesta a darle una sorpresa. Porque la vida transcurre a la misma velocidad que esos quince años que habían parecido un parpadeo. Y la amistad, la de verdad, hay que atesorarla. Amistad, esa palabra utilizada tantas veces a la ligera, esa palabra a la que ella otorgaba tanto valor, esa palabra que las definía y las acompañaría en sus vidas. Eran amigas.